¿Qué sería de la literatura si no existieran los traductores? Resulta esta una pregunta a la que venimos tratando de responder de un modo u otro desde Traductores 2013. Así, son ya numerosas las entradas dedicadas a la estrecha relación entre la literatura y el arte de traducir en esta sección de noticias. Decíamos en «El arte de traducir: un duro trabajo poco reconocido» sobre el significado del verbo traducir que “…no es otra cosa que transformar las palabras de un lenguaje a otro. Parece simple, pero constituye un duro trabajo muy pocas veces reconocido. Cuando, además, se trata de traducir una obra literaria, estamos sobrepasando la frontera que existe entre los conocimientos técnicos de los idiomas con los que se trabaja y de los contextos social e histórico de los países, y entrando en la esfera artística, imprescindible para que el traductor realice un trabajo de calidad”.
“Trasladar de un idioma a otro es una odisea. Pero en el caso de un poema las cosas se tornan más difíciles que en la narrativa. Hay que ser muy puntual con las palabras y poner especial atención en la mirada y las intenciones del poeta”, señala la poetisa mexicana Rocío Cerón, cuya obra Diorama ganó el “Best Translated Book Awards 2015”, uno de los premios más reconocidos en el ámbito de la traducción literaria en Estados Unidos. Y lo dice con conocimiento de causa. Para lograr una buena versión bilingüe de su libro premiado, tuvo que trabajar cinco duros meses junto a su traductora Anna Rosenwong. Otro ejemplo es el caso de “El Pequeño Vals Vienés” un poema de Lorca recogido en el libro “Poeta en Nueva York” y cuya adaptación por Leonard Cohen constituye una auténtica maravilla. De hecho, “Take this Waltz” que es como se denomina, es una de las mejores canciones del cantautor canadiense. Cuenta Cohen que traducir a Lorca al inglés y trasladarlo al andamiaje de la canción resultó una durísima tarea. Nada menos que 150 horas de trabajo y, lo que es peor, una depresión. Un precio muy alto, como reconocía en la revista “Ajoblanco” en 1.988 («Traducir Lorca al inglés: Take this waltz»).
“Si un poema no cuenta con una buena traducción, los versos no cantan, no se abren”, resume Cerón que sostiene que un buen traductor es un “transcreador” que, además de conocer a la perfección el fraseo y el ritmo, entiende y escucha las imágenes que habitan siempre dentro de un poema.
Jordi Fibla, Premio Nacional a la Obra de un Traductor del año 2015 del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en una reciente entrevista a El País, al referirse a la traducción de La mancha humana, indicaba las razones por las que era su favorita de entre sus diecinueve traducciones del escritor estadounidense Philip Roth. “Al principio, porque no veía la manera de resolver un problema enorme que presentaba, pero también vino el placer de resolverlo a mi manera y de que el libro fuera bien criticado y recibido”. Es ahí donde reside el placer del oficio de traductor literario, un “ejercicio intelectual de primer orden”. («Jordi Fibla, Premio Nacional a la Obra de un Traductor 2015. El placer intelectual de la traducción»).
Pero la traducción es, además de dura, una tarea bastante ingrata. El periodista y poeta Javier Rodríguez Marcos, también en El País, señalaba el escaso reconocimiento del que gozan los traductores de obras literarias en un país como el nuestro. “Hablo ruso en todos los idiomas, decía el filólogo Roman Jakobson, que llegó a manejarse en 15 lenguas. A los lectores españoles nos pasa algo parecido pero al revés: a veces se diría que toda la literatura universal se ha escrito en castellano”, ironizaba el periodista. “Solo nos acordamos de los traductores cuando nos dicen que El gran Gatsby y Madame Bovary deberían titularse Gatsby el Magnífico y La señora Bovary”, afirmaba, recordando a continuación que sólo son unas pocas editoriales, “entre otras, Acantilado, Alfaguara, Impedimenta, Nórdica, Sexto Piso, las de poesía…”, las que indican el nombre del traductor en la portada de las obras que han traducido. Escaso reconocimiento, “sobre todo si tenemos en cuenta que por sus manos pasa aproximadamente el 30% de los títulos publicados cada año en España (y, seguro, más del 30% de nuestra educación sentimental)”. Y, por si no nos hemos dado por aludidos sobre la importancia de los traductores, añadía a modo de colofón que “traducir es, sobre todo, leer. Y leer es interpretar: si no lo haces tú, alguien lo hará por ti. Si hace falta, a degüello. Hasta los dogmas nacen en ocasiones de un error de traducción o de una traducción interesada”. («Hablar castellano en todos los idiomas: un reconocimiento al traductor»).
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